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lunes, 27 de mayo de 2019

Cruz y Raya

Había una vez en un planeta de color rojo, en el reino de Ruslania en alguna galaxia perdida por el universo, más conocida como Calipso-29, unos habitantes mutantes que disfrutaban de cuatro soles por día; las noches, más bien frías, y las nubes tenían un color amarillento, que precipitaban en pequeñas gotas de oro y solía haber pilas inmensas donde los mutantes recolectaban material amarillo para la construcción de mansiones y muebles para la decoración del hogar.
Muchas habitantes de Ruslania no podían permitirse vivir en mansiones ni mucho menos, así que tenían que vivir en cuevas, yo viví en una de ellas, en realidad tenía de todo y no podía quejarme. Había una cama hecha de paja y una pequeña estufa hecha con piedras en el suelo, tenía un pequeño pozo donde solía extraer agua de la montaña y un par de utensilios que iba recolentando de los bosques verdes de mi reino, que me servían para cazar ciervos o pescados de los ríos rubíos, también recolectaba frutas de los arboles. También tenía un manantial donde nadaba por horas, con la música de la naturaleza y disfrutaba de la compañía de un mutante se llamaba Risco, le encantaba nadar conmigo y pasabamos juntos todos los días; la verdad parecíamos dos enamorados disfrutando de las pequeñas alegrías que da la vida. Adoraba sus brazos porque las horas se pasaban volando cuando estaba entre ellos, sus besos sabían a miel y sus manos eran calientes como la lava de un volcán.
Me apodaban Yuls y poseía el poder más grandioso de todos, podía cruzar portales de tiempo, además de montañas y cualquier estructura física. Podía ir de galaxia en galaxia y del pasado al futuro cuando se me antojase, he visto tantas veces el pasado, que prefiero no volver jamás y vivir el presente para no dañar mi futuro, renaces y mueres cada vez que vas al futuro por eso me quedo en el aquí y ahora. Esa frase de es ahora o nunca, es  la bendita realidad; no desperdicies vuestro presente pensando en un futuro que aún no ha llegado, vivan la vida...
En cambio, Risco, poseía el poder de volar como las aves, amaba lo que conseguía porque siempre me llevaba con él y me enamoraba un poquito más cada vez que me llevaba cerca de las estrellas, siempre quería regalarme la que más brillaba. Por eso, no me faltaba nada porque cada vez que miraba al cielo y veía brillar a las estrellas, sabía que Risco volvería y me acurrucaría en sus brazos hasta dormirnos.
"Todos reímos y sufrimos en el mismo idioma, dicen los Aldeanos, escribe y deja que hable el corazón."

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